Testamento de la infancia.
Inocente infancia,
la sombra del guayabo
que cubrió mi espalda.
Olor ha frito de parranda,
algarabía de voces satas
el andar de mi prima censurada.
Que extrañas las palabras
de aquel, que el suelo
era su cama.
Miraba con justicia,
mis manos en tela andaba.
Virgen de ideas,
hábiles en malabares.
El olor a tabaco,
que de herencia,
mi abuelo me daba.
En gritos de trinos
yo me levantaba.
El dueño del patio
me vigilaba.
Cororao, de cresta roja,
frondoso de plumaje,
servido de espolones.
Con su canto, despertaba.
Con su canto, avisaba.
Con su canto, despedia
la jornada.
Así corría mi infancia,
de una puerta a una ventana,
subía y bajaba. Pensaba.
Comía,
engordaba,
en el cine del tío me colaba.
La maestra del barrio,
como una vela me llevaba,
pobre de mí. Atento estaba.
Con mano sabia,
mi madre a pintar me enseñaba.
Mi padre, en acuarela quedaba.
Entre telas e hilos,
mi cuerpo se deslizaba,
entre historias de las que aún vivo.
Ellas tejían mi educación liberada.
Ingrato del hijo, que olvida.
Hace de su infancia, agua fácil.
Miedo, al miedo, de alguien,
o de ellos.
Pobre del hermano
que por ideas vanas,
corta de un tajo su niñez soñada.
Defienden por miedo, la falsedad.
Lamento el llanto del amigo,
que por besarse, su ombligo
hizo del amor, la traición del divo.
Gaviota soy
nací entre el mar y la costa
vuelo alto por no manchar mi alma.
Salí de Siboney,
en un barco de papel.
a lo callos del norte.
Solo tengo lo que tengo
no debo por pagar
no juzgo por militar.
Mirarme bien, esta es mi piel
es la herencia de mi infancia
es el orgullo de Amanda.
Uribazo.
Mayo / Junio 2003.