Una simple jornada de trabajo.
Es una mañana gris y lluviosa, plomiza como figurillas de coleccionistas solitarios. Es como ha amanecido el día de hoy, no da deseo de salir del caparazón que forman las sabanas y las colchas, el calorcito que se siente en esta incubadora seductora de eternos sueños que te embriaga y seduce. Empieza el trabajo de desentumecerse los músculos. Algo maltratado por el tiempo y por la caña que uno le ha dado cuando éramos de otros tiempos. Tiempo en que todo nos parecía que con un estira de los brazos podíamos coger nuestros sueños y hacerlo realidad, creíamos - que ingenuos fuimos - que todo era eterno. La música, marca el ritmo afro de mis huesos, acompaña a los músculos en su tarea matutina, eoróbica, de pedirse permiso unos a otros para que mi cuerpo marcado de tantas batallas, se prepare un día más, para el comienzo de una jornada organizada por las musas traidoras de la creación. Hoy ha sido una jornada laboriosa, impetuosa sobre el tablero, con movimiento febril, fui creando una vez más mi mundo. En la soledad del habitáculo de este salón-estudio de un piso en renta, solo coronado por una ventana, la cual me insistía con su imagen del parque. Desde lo alto del bar la Fontana miraba con melancolía ese manto gris de película silente que ocultaba el búnker cultural de este pueblo señorial. El linotipista del piso más alto trabajaba a marcha forzada, repartiendo letras de gotas plateadas, es un día lluvioso, de un invierno odioso. Solo las dianas que formaban las meadas del tiempo al caer sobre los adoquines "milenario" de la plaza, surtía efecto en mi retina, inoptizandome, trasportándome a tiempos lejanos, a épocas pasadas, a vidas vividas, a batallitas de juventudes, a cuentos de hadas que nunca se deben de borrar de nuestra traicionera memorias. Memoria que evoca sueños como señales de humos. El cuerpo reacciona, te dices que aun estas vivo, te pellizca el cachete izquierdo del culo -por que el derecho no esta liberado, esta como siempre trabajando, sosteniendo el volumen de tu mundo sobre la banqueta de pino sin barnizar- para darte cuenta que estas despierto, que la humedad invade tus pulmones embriagándote y despertando los instintos más primario de tu existencia. La lluvia, ha entrado en tu salón, dejando un racimo de rocío entra la mesa y las piernas de la banqueta, la mano adormecida por el vaivén de lo ilusorio, se abren lentamente, como se abre una flor cuando recibe la luz, dejo el pincel en su lugar de costumbre y recojo el material desperdiciado para no dejar rastro de mi villanía. Al final de la jornada, vuelvo a mi ventana, cansado por el trabajo del día, al cerrarla miro la calle, la plaza, los tejados, la iglesia, los árboles, los bancos del parque, empapado por la lluvia, busco en ellos, con la ilusión de encontrar tu imagen convertida en destellos húmedos y por mucho que ponga empeño en buscar veo que tu no estas. Mi único consuelo es echarle la culpa a este tiempo gris de mierda y como niño asustado llamo a las musas, pidiéndole tu imagen, que me dibujen tu imagen, que me la den, por el favor de la creación se lo pido, pero las muy ingratas me contesta con sonrisa irónica -que su jornada de trabajo ha terminado y la tuya también, que hasta mañana-, nada de nada, cabronas mujercitas aladas. Me lleno de orgullo y de ira y vuelvo a mi caparazón de sabana y colchas como animal herido en busca de refugio; entre el calor, el olor de mí soledad, me deslizo a su lado, voy adaptando mi cuerpo a su cuerpo, con temor a despertarla con mi sudor, producido por el miedo a que descubra mi huidas por la ventana. Que tranquilidad, que placer, que seguridad, duerme como es su costumbre, mis latidos la mueve, -¿Por qué sonríe?-, animalillo astuto, mirándola y mirándola me voy quedando dormido. Uribazo. Abril / Julio del 2003.